Corría el año 1976 cuando el señor Masaru Yamaki decidió donar un árbol bonsái al Arboretum Nacional de Estados Unidos en Washington DC, como parte de un regalo que consistía en 53 bonsáis enviados por la Asociación Japonesa de Bonsáis. Estos árboles fueron enviados a Estados Unidos como obsequio por la celebración del bicentenario de dicho país.
Durante más de 25 años, este árbol se ha encontrado adornando la entrada del Museo Nacional de Bonsáis y Penjing, aunque eran pocas las personas que se detenían a verlo. Pero al igual que muchas otras cosas junto a las cuales pasamos sin prestarles atención ni conocerlas, este árbol también tenía una gran historia.
En el año 2001, dos de los nietos de Yamaki fueron al arboretum en busca de aquel bonsái que durante mucho tiempo estuvo en su familia. Gracias a un traductor, los nietos pudieron contar la historia de la caída de una bomba atómica a poco kilómetros de la casa de su abuelo.
La ventanas estallaron, y Yamaki fue herido por los vidrios que volaban. El 90% de las ciudad de Hiroshima fue reducida a cenizas y más de 140.000 personas murieron. Pero el bonsái de Yamaki, que estaba protegido por una gran pared, logró sobrevivir al ataque. Era un árbol que había permanecido en la familia durante seis generaciones.
Jack Sustic, uno de los encargados del Museo Nacional de Bonsáis y Penjing, dijo que «para la familia, haber donado un bonsái luego de lo vivido, tuvo que haber sido muy especial, pero donar este en particular fue más especial aún».
Cuando el nuevo pabellón japonés abra sus puertas en el museo el año que viene, el bonsái de la familia Yamaki será trasladado a su entrada. Y en el reciente 70º aniversario del bombardeo de Hiroshima, el árbol ha continuado siendo un recordatorio de la paz que ha existido entre Estados Unidos y Japón desde entonces.